domingo

Autonecrológica

   Ingresé ya cadáver en la Policínica de la Concepción.
   Los doctores certificaron, con todo merecimiento, mi condición de fiambre y me transladaron a la sala de autopsias. Mientras me desentrañaban pude encender sin inquietud - no se prohibía - un cigarrillo, ahora que ya estaba muerto, y observar con desgana mis entresijos pulcramente alineados en un carrito de servicio niquelado, junto a la mesa. A mi natural modesto no acabó de gustarle el que se desmenuzara con tanto lujo de detalles, y además no encontré nada.
   No hubo botín. Reconstruyeron con aplomo el rompecabezas de mi cuerpo. Fui introducido en un nicho corredero frigorífico, y enterrado al día siguiente en un campito muy coqueto próximo al hospital, bajo una lápida escueta que decía que se me dejara en paz, o que me dejaran en paz, o algo.
   No me interpreten mal, no es que en este lugar se estuviera a disgusto. Pero lo cierto es que no llegué a pasar allí ni la primera noche.

''Aprendiz de horizonte'' de Asís Guillén.

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